23 May Ecos del olvido
Phyllis llevaba semanas conmocionada. Esa carta lo había cambiado todo. No sólo la había sumido en un torbellino de emociones, sino que, contrariamente a su cansancio de los últimos años, se estaba sintiendo más viva que nunca.
Ya no quería dejar este mundo. Al menos, no hasta haber recordado e integrado, una a una, las etapas que la desaparición de Bill la llevó a transitar. Todas las dudas, desgarro y profundo dolor que durante años habían secuestrado cada día de su existencia.
Cuanto más releía la carta de Bill, más lágrimas derramaba. Por el impacto de la sorpresa, por el gozo de saberse al fin amada. Por la tristeza de haberse abortado su mayor oportunidad de felicidad consumando el amor de su vida.
Volvió el recuerdo que tantísimas veces había evocado a lo largo de estos ochenta años. Aquella tarde de junio en el baile de Norwich donde se conocieron. Enrolado pocos meses antes, Bill estaba prestando servicio en el regimiento Royal Norfolk, uno de los destinos de más prestigio del Ejército Británico.
Al entrar en el recinto, sus miradas se encontraron y Phyllis sintió un vuelco en el corazón. No pasó mucho rato hasta que Bill abandonó la conversación animada que mantenían un grupo de infantes uniformados y cruzó la pista directo hacia ella. Ella accedió al primer baile y ya no se separaron, charlando hasta caer la tarde sentados en el banco del roble a resguardo de la música, del bullicio y de las miradas.
Qué apuesto y decidido eras Bill… Un valor que vio brillar en la profundidad de sus ojos verdes y al que ella había apelado a lo largo de estos larguísimos años, no dándose nunca totalmente por vencida. Manteniendo la esperanza del reencuentro.
Mi amado Bill, he soñado tantas veces con la vida que nos esperaba juntos en la India. Con formar un hogar desde la solidez de nuestro amor. Te hubiera seguido a cualquier parte, pero sin duda, para una chica de provincias que nunca había salido del condado del Norfolk, tu propuesta suponía la más alta aspiración. El sueño dorado de una vida cómoda y socialmente respetable en las exóticas colonias.
Sumergida en las profundidades de esas cinco páginas, días sin casi comer, todavía no podía dar crédito a la ternura e ilusión que emergían de su tesoro guardado en el fondo del mar. Él la amó, y probablemente había seguido amándola desde que en 1941 tuvieron que separarse por ser enviado a la India durante la Segunda Guerra Mundial. La carta fue hallada junto con otros 700 escritos en el barco de carga SS Gairsoppa, hundido en la costa irlandesa de Galway en ese mismo año. Hecho que
Phyllis desconocía.
Las palabras de alegría de Bill al conocer que Phyllis accede a casarse con él, sus bellas expresiones de amor disipaban cualquier duda sobre la autenticidad de sus sentimientos.
Sin embargo, durante mucho tiempo Phyllis había sufrido el tormento del desamor. Nunca supo a ciencia cierta de un enfrentamiento en India en el que Bill hubiera podido perder la vida. Tampoco recibió ninguna noticia de su paradero, ni siquiera através de las listas de combatientes fallecidos que le había proporcionado el cuartel de Norwich, su ciudad natal.
Desairada por las circunstancias, por un prometido que tal vez había elegido a otra mujer para compartir un sueño que sentía le pertenecía, pasados quince años desde la partida, accedió a las presiones del entorno y contrajo matrimonio con su vecino.
“Pobre Bob…, cuántas negativas tuviste que recibir. Qué rabia me daba sólo verte entrar en la tienda. No podía sufrir tus tímidas insinuaciones”.
Compañero fiel, a quien nunca llegó a amar como a Bill, pero junto al que tuvo una vida tranquila y dos hijos maravillosos, su esposo había sido un buen hombre, siguió pensando.
“Siempre tolerante con mis cambios de humor, trabajador, buen padre… En verdad, no supe estar a la altura de tu bondad compasiva”.
De nuevo unas lágrimas resbalaron por sus mejillas y en ese instante, sintió que su corazón se abría abarcando un inmenso amor por su difunto esposo. Reconciliándose con la vida y perdonándose a sí misma. Ahora sí estaba lista para partir. Tal vez la noticia era lo único que le quedaba para cumplir su misión en esta vida y sonrío aflojándose en el sillón.