02 Feb El globo y la nube
Todos los días sueño, anhelo y deseo que mi globo no se contenga, que se largue, que vaya y que venga. Que viva libre, desobturado, libertino y desapegado. Que siempre fluya y no se detenga. Que se atreva y no se sostenga. Así vivida la vida me atrevo, me adentro, me experimento. Me creo y recreo. Pero ay, ¡Qué miedo! pavor es lo que siento. Si me suelto podría perderme en los confines del universo. Ascender, pero desbocado, me mataría por todos los lados y en las gélidas noches del universo estrellado, no sabría quién soy ni me vería, ni sentiría el calor de mis hermanos. ¡Ah no! que morir por morir, prefiero morirme amarrado. Pero así dormido en mi espacio limitado, anestesiado de tanto dolor guardado, en mi globito a mitad hinchado, el amor que me anima no es suficiente para impulsar mi ascensión consciente hasta esa nube blanca; mi casa, mi añoranza.
Cada día que pasaba el globo iba perdiendo el gas que le daba la fuerza y del que dependía su vida. Conforme se deshinchaba y perdía la tersura de antaño, su cuerda fláccida encarceló su existencia a un espacio diminuto desde donde ni siquiera podía relacionarse con los otros globos-corazón que volaban más alto.
Enfermo y desesperado por el ahogo que sentía, decidió quitarse la vida pinchándose, pero tampoco eso era fácil y se sumió en la más negra de las desesperanzas. Lo soltó todo, se entregó rendido.
Entonces, en un atisbo de claridad que le sorprendió a sí mismo, se dijo: ‘la corto, confío, no puedo perder nada porque nada me queda’. Y se puso en manos de una fuerza mayor.
En ese mismo instante, sintió una ligereza nunca antes conocida y empezó a elevarse. ‘Me muevo, asciendo, ¡qué impresión!’
Una sensación de vacío le subió hasta el corazón de su vehículo ahora henchido de su gas amor, pero soltó también su gesto habitual de resistirse.
Se abandonó a la deriva dejándose llevar por las corrientes de aire que ahora le subían, después le empujaban hacia abajo, luego hacia un lado, después a otro. Sentía un gozo inexplicable, le entraron muchas ganas de reír. Y cuanto más volaba dejándose llevar, mayores eran su confianza y su seguridad. ‘Qué placeeer.. me elevo cada vez más alto, más alto! y llegó a una nube blanca inmensa. Y allí, en el sostén de su verdadera morada, se entregó a un descanso reparador que le sanó para siempre.