03 Feb El incendio
Era un tórrido día de mediados de agosto y Lucas y Andrés jugaban en la instalación deportiva del pueblo, una pista dura polivalente que podía adecuarse a distintos juegos; fútbol, baloncesto e incluso como pista de carreras de bicis a las horas en que no rondaba cerca el alguacil, encargado de la vigilancia del polideportivo.
Aquel día, habían salido antes de casa, no eran ni las cuatro de la tarde. Con su insistencia de tener que entrenar para la final del partido de básquet -ese torneo de Fiestas Mayores era muy importante para ellos porque este año estaban clasificados-, habían conseguido que sus padres les dejaran salir a la hora de la siesta. Dónde vas a ir tan pronto, hijo, ¡que todavía achicharra el sol! Te lo prometo mamá, sólo hoy, sólo hoy.
Empiezas tú Andrés y cogiendo al vuelo la pelota que le tiraba su amigo, inició su primer lanzamiento de canasta. Última! Bien Andrés, siete de diez, ahora yo. Lucas agarró bien la pelota, se colocó en posición de tiro y calculando la distancia con los brazos en alto… Lucas! ¡Mira allá! Allá en la Mora ¡sale humo y se ven llamas!
El niño giró sobre sí mismo y bajando los brazos ¡anda! ¡Es verdad! ¡¡Los pinos se están quemando!! Síii, dijo Andrés ¡tenemos que avisar! ¡rápido! ¡hay que pedir ayuda! Cuando el chaval se disponía a salir corriendo, Lucas detuvo a su amigo agarrándole del brazo.
¡No Andrés! nuestra cabaña secreta. Si pedimos ayuda enseguida, no podremos salvarla. No nos dejarán ir a buscar nuestros tesoros y la guarida arderá con el bosque. Es verdad Lucas, repuso Andrés, pero es peligroso ir solos. El fuego me da miedo, una vez vi una peli que se ahogaban todos por el humo y además nos va caer una buena cuando volvamos de ahí sin haber avisado. Y eso si volvemos, uhhh.. ¡Yo me voy Lucas!
¡No, no, espera! No podemos abandonar lo que tantos meses nos ha costado construir. Lo perderemos todo. Tus fósiles desaparecerán para siempre entre las cenizas, igual se funden como la lava de un volcán. ¡¿Eso quieres Andrés??!
Yo no quiero eso, ohhh… el niño se echó a llorar, lo que más amaba en el mundo eran los minerales y esos fósiles del lago prehistórico que fue Peralta en el terciario, eran un tesoro que por nada del mundo quería perder. Bueno, vale, salgamos ya y secándose los mocos con el dorso de la mano, se santiguó y salieron corriendo en dirección al camino de la Mora.
A medida que avanzaban por la pista forestal ascendente, se hacía más clara la visión de los focos de humo y también más turbio el ambiente por la neblina que cubría el cielo.
Mira, sale mucho humo de la Piedra del Moro, ¡cerca de la cabaña! -dijo Andrés. Si siguen la dirección del aire bajarán directas a la cabaña -repuso Lucas. Corramos, aún podemos llegar antes y salvar los tesoros!
Siguieron avanzando a grandes zancadas hacia la piedra del Moro a unos diez metros delante de la cabaña, de donde salía la nube densa de humo.
No podemos solos Lucas, es muy arriesgado meternos, ¡no veo nada!… Vaa Andrés, rápido! ¡Hemos de conseguirlo!… ¡Que no Lucas! Estás loco! Si quieres ve tú solo. ¡Yo me largo de este infierno!
¡Nooo espera! No te vayas ahora. Los valientes luchan hasta el final con los dragones de fuego!
Andrés vaciló un instante en salir corriendo. Miró a su alrededor y haciendo acopio de fuerzas, se dijo a sí mismo que igual podían conseguirlo.
¡Siempre te sales con la tuya! Si morimos achicharrados, ¡tendrás tú la culpa!!
Conforme se acercaban se les hacía más difícil respirar y no paraban de toser. Cuando sólo quedaban un par de metros para acceder a su escondite, vieron que las llamas estaban avanzando hacia abajo por la ladera. El aire, ahora más fuerte e irrespirable, empujaba el fuego en esa dirección.
Lucas, unos pasos por delante de su amigo, corrió el último trecho y se lanzó hacia la pequeña cabaña excavada en un margen de tierra entre dos niveles de terreno, a la que habían colocado un tejadillo de lona sujetado por dos palos. Antes de agacharse para entrar, tropezó y fue a dar con la cabeza en el arco de adoquines construido como ‘puerta de la guarida’, desplomándose sobre la hojarasca.
¡Lucas! ¡Lucas! ¿¡Estás bien?! Abre los ojos por favor! Nooo Lucas…. No te mueras… Y se inclinó muy cerquita de su cara soplándole a la nariz para que no le faltara el oxígeno. Cuando se disponía a hacerle el boca a boca que les habían enseñado en el cursillo de socorrismo, Lucas, aturdido, abrió los ojos llevándose las manos a la cara.
Qué alegría Luquitas. ¡Estás bien!
En ese mismo momento escucharon un griterío que venía de distintos lados. ¡Andreees! ¡Lucaaas!! ¡Aaaandréees!! ¡Luuucaaas!! Los padres de los niños habían pedido ayuda y todo el pueblo se movilizó por grupos para peinar la zona del incendio y encontrar a los muchachos.
A Andrés no le cabía el corazón en el pecho. Su mejor amigo estaba vivo! Y les habían venido a buscar! Sintió una gran fuerza, como si una bocanada de aire puro le diera impulso. Le dio un beso en la frente a Lucas y gritó a pleno pulmón: ¡Aquíiii! ¡Estamos aquíiii!!! ¡¡Socorrooo!!
Entonces se acordó de los fósiles y dejando a Lucas todavía tendido en el suelo, se deslizó en la cabaña. Le fue fácil tirar de las bolsas en donde guardaban los minerales y las ‘monedas del tesoro’. Unos duros antiguos de cinco pesetas, de plata maciza que les había regalado el abuelo de Lucas haciéndoles prometer que no le contarían nada a la abuela.
En ese momento llegaba la madre de Lucas corriendo con un pañuelos mojados en la mano. ¡Hijo mío! ¡Dios mío, qué ha pasado!! Está bien, contestó Andrés. Sólo ha tropezado, pero no se ha hecho nada.
Y arrodillándose frente a su hijo: Luquitas, ¡amor mío! Pero cómo se os ocurre meteros en el bosque en llamas! ¡Menos mal que estáis vivos!
En ese mismo momento, llegaban también los padres de los niños con un grupo de hombres del pueblo y el equipo de bomberos empuñando lanzas de gruesas mangueras que se perdían entre los pinos hasta los coches cisterna.
Ya en casa, reunidos con los padres de ambos, sentados frente a un gran vaso de agua que las madres obligaron a beber para rehidratarse, Lucas se dirigió a su amigo. Andrés, lo siento, he sido un kamikaze, por mi culpa hemos arriesgado la vida. Sabes.., quizá no sea tan malo tener miedo porque nos avisa del peligro… Has sido muy valiente de quedarte a mi lado soplándome en la nariz, gracias. Bueno.., estaba vigilando nuestros tesoros, repuso Andrés con una sonrisa maliciosa y guiñando el ojo.