03 Ene Envidia
Llevo tiempo siguiéndola en su blog de viajes, leyendo sus posts escritos con una rica narrativa y sumergiéndome en las historias contadas, en las fotos soberbias de personas, de paisajes exóticos, de rincones perdidos.
Esas instantáneas tienen el poder de transportarme a lejanos parajes que imagino todavía no contaminados por nuestra civilización desnaturalizada y que en mi imaginario, están impregnados de olores y sabores, teñidos de autenticidad. Como las ropas coloridas que dan vida a las instantáneas capturadas.
El encuentro de hoy es importante para mí, puede aportarme claves para elegir mi destino, ella sabe mucho… Siento un cosquilleo en el estómago mientras me acerco al hotel.
La escucho frente a frente compartiendo una taza de té en un rincón acogedor de la cafetería del imponente Seventy. Me he asegurado de que fuera un lugar tranquilo y sin ruidos que me impidieran disfrutar de nuestra conversación sin perder detalle. No quiero arriesgarme a no oír bien. Escucho con atención el relato de alguno de sus viajes a países del sudeste asiático.
Estoy en presencia, con atención plena en Eva, pero también en mí misma, en mis emociones y en los pensamientos que cruzan fugaces por mi mente sin ocuparla. Lo que me toca, no es tanto la cantidad de experiencias, ni los muchos países, ni su vasto conocimiento antropológico…, sino su capacidad de desenvolvimiento práctico y la ligereza con que parece organizar, sobre la marcha, unos viajes que a mí me parecen del National Geographic. Más aún, la liviandad de equipaje con que me cuenta recorren el mundo, ella y su pareja. Yo que tardo horas en hacerme una simple maleta de fin de semana. Tomo conciencia de que me estoy comparando, de que mi mente juzgadora me hace percibir pequeña. «Quiero eso para mí», dice. Y la escucho, como a esa sensación en el plexo que me abro a sentir.