14 Jun La flor del tiempo
Orquídea era una flor blanca, de una blancura nívea y su tamaño era cuatro veces mayor al de las flores normales.
Desde hacía miles de años vivía prisionera en una cueva donde había sido confinada por sus iguales, debido al fortísimo aroma que desprendía y que no resultaba tolerable para su tribu.
Inmersa en la oscuridad, Orquídea estaba triste y apagada y sentía frío, aunque ello no ensuciaba su blancura ni menguaba su fragancia. Fragancia de la que renegaba, puesto que había sido la causante de su castigo atávico. De su separación del resto de plantas que vivían en la superficie.
Para sostenerse durante eones sin perder la noción temporal ni el púlsar que la mantenía en vida, Orquídea se había unido al viejo reloj despertador junto a quien fue arrojada a la oscuridad y que desde aquel momento perdido en su memoria, vivía pegado a su entramado de raíces y la avisaba del avance de los años, lustros y siglos.
Tanto tiempo había vivido integrada a su compañero fiel que podía decirse que Orquídea era una simbiosis de flor y reloj. Era una flor del tiempo y los latidos que bombeaban su savia y alimentaban la clorofila de sus hojas, provenían de la base de gruesas raíces-reloj. Ella no podía nutrirse del sol, pero era su propio sol.
En los dos últimos milenios, tenía un único deseo; salir a la superficie y reencontrarse con el sol. Sentía que ya no podría aguantar mucho más tiempo sin la nutrición de este. Aunque su sistema de supervivencia seguía funcionando, no era capaz de proporcionarle el calor y la luz que tanto extrañaba.
Abandonar la cueva, sin embargo, comportaba grandes peligros. Había que llegar hasta el final del largo túnel donde se vislumbraba la claridad, llegada a la intemperie seguramente esa luz la cegaría y tendría que enfrentarse a elementos de la naturaleza a los que no estaba acostumbrada. Su peor fantasía era la de fracasar en su aventura y no siendo bienvenida por sus congéneres, estos la devolvieran a su encierro.
Una mañana se despertó llena de fuerza con un solo pensamiento: ‘abandonar la cueva’. ¡Iba a lograrlo! Y el escudo para hacer frente a los probables ataques, sería ella misma. Esa parte de su identidad que había odiado y negado desde que fue proscrita por su comunidad. Su fortísimo aroma y su blancura impoluta actuarían como antídoto y la protegerían de cualquier ataque en el exterior. Orquídea creía que el mundo en la superficie estaba viciado, trufado de mal y allí no podría sostener su pureza.
Después de arduos esfuerzos que duraron siglos, Orquidia-reloj consiguió salir a la superficie y recibir la caricia de los rayos del sol. Su sorpresa, fue encontrarse a millones de plantas y de flores de los colores del arco Iris, campos enteros que se perdían en el horizonte frente a la salida de la cueva para darle la bienvenida.
La habían estado esperando desde que ella misma dejó de honrar sus particularidades y se escondió en la cueva por terror a ser odiada. Entendió que sólo ella podía herirse a sí misma y juró que nunca volvería a negar su grandeza.